sábado, 1 de diciembre de 2018

VIDA Y LEYENDA DE BUDHA



VIDA YLEYENDA DE BUDHA






Suddhadana era el rey de Kapilavastu en la vecindad de Benares moderna, la ciudad sagrada de la India. Suddhadana contrajo matrimonio con Mahamaya, una hija del rey de un lugar cercano, como a unos sesenta kilómetros al sur del Himalaya. Durante mucho tiempo no hubieron hijos, pero cuando la reina tuvo cuarenta y cinco años, concibió en un momento feliz. Esa noche Mahamaya soñó que fue trasladada por cuatro dioses al monte Himalaya, tan alto que besaba el cielo azul del norte, y que allá fue bañada y purificada. En este momento, el santo espíritu de Buda se acercó a ella, como una nube iluminada por la luna llena, con un loto blanco en la mano, y penetró en el vientre virgen de Mahamaya. 



  El nombre del Buda es "Siddhartha", el hijo del rey Sutta y Maya. 
 Nació el viernes 15 de febrero en el mes lunar (Visayah) en el Parque Lumpini. 

Al momento sucedieron cosas maravillosas: diez mil esferas temblaron, se apagó el fuego del infierno, los instrumentos de música sonaron sin que los tocaran, la corriente de los ríos se contuvo, los árboles y las plantas florecieron con magnificencia. Al día siguiente, los sabios Brahmanes interpretaron el sueño de la reina, diciendo que ella sería la madre de un emperador universal o un Buda Supremo. Durante nueve meses los dioses la colmaron de extremos cuidados, mientras que su cuerpo adquiría una transparencia tan sobrenatural que era posible ver al niño como una imagen en una urna de cristal. Al fin de diez meses lunares Mahamaya salió para visitar a sus padres, montada en un caballo enjaezado con arnés de oro. En el camino se desmontó del caballo para descansar bajo un árbol corpulento. En este lugar nació Gautama Buda, el futuro salvador del mundo.






Los sabios que aconsejaban al rey, predijeron que el heredero del trono sería un filósofo, mendigo y asceta, al momento que pudiese comprender el significado verdadero de lo que es la vejez, la enfermedad y la naturaleza de la muerte. El padre no admitía semejante predicción y, a este fin, tomó todas las precauciones para evitarla. No le permitiría ver estos estados. Al efecto le construyó un palacio hermosísimo, en donde constantemente estaba rodeado de gozo y lujo, capaces de seducir a los mismos dioses. Después de pocos años, le casó con una bella mujer llamada Yoshadhara. ¡Pero que fuerza podían tener las ligas de la familia y del hogar para un hombre que nació destinado a hacer pedazos todas las ligaduras de la ilusión de la vida y de la misma muerte!

Mientras tanto, los dioses del cielo estaban profundamente inquietos; el tiempo transcurría, el Salvador Grande no debía permanecer más en esa vida de gozo y diversión.

El príncipe Gautama yacía en una alcoba con su esposa y su hijo; los dioses del cielo le rodearon en espíritu y entonaron este cántico: “Príncipe sagrado, ha llegado el tiempo de buscar la ley suprema; la bandera ondea ya en el aire; es tiempo ya de salir y solucionar el problema de la vida”. —El príncipe, pues, el pensador profundo, oyó este llamamiento sublime—….No pudo dormir.





Era una noche hermosísima. Los rayos de la luna llena entraban por la ventana abierta, llevando el perfume de los “beles y chamelis” del jardín, y caían sobre la tierna frente del niño y sobre el pecho desnudo de Yoshadhara, que dormían profundamente, enlazando la madre al niño con su brazo izquierdo. El príncipe les dirigió la última mirada sin atreverse a tomar al niño en sus brazos por temor de despertar a su esposa. Levantó la cortina de joyas que separaba al dormitorio del corredor y salió al aire libre; alzó la cabeza y vio el cielo azul constelado de innumerables estrellas.




Montó en Kantaka, su caballo favorito que naciera el mismo día que él, y en compañía  de Channa, su amigo de confianza, salió de la capital. Channa procuró disuadirlo de la inquebrantable resolución que le imponía su misión, pero el futuro salvador sabía que su única tarea, su tarea más alta, era encontrar la solución de la vida. Cuando hubieron llegado a las afueras de la población desmontó de su caballo y mandó a Channa volver a su casa con Kantaka y le suplicó que contara a su padre su misión sublime.

—“Encontrar una solución para librar al mundo de la repetición del nacimiento y de la muerte, de la tristeza y del dolor.”

Channa besó sus pies, Kantaka los lamió y los dos dejaron al príncipe solo, a orillas de la capital.

El príncipe siguió caminando; más adelante encontró un cazador a quien le dio sus ropas reales en cambio de las propias de un mendigo.




Llegó a la ermita de unos Rishis bien conocidos por su sabiduría ilimitada; mas su sistema y filosofía no pudieron darle la solución que buscaba. “Infeliz mundo, pensó él, ¡qué ignorancia, qué ilusión!” Dejando aquella ermita se fue a un bosque cerca de la ciudad moderna de Gaya, donde pudiera sumirse en pensamientos profundos.

Pasaron muchos años, después de los cuales el pensador se acercó al “Árbol de la Sabiduría” que brillaba como una montaña de oro puro. Se sentó bajo aquel árbol, jurando que nunca levantaría la cabeza sino hasta que encontrara el conocimiento final. Se alegró el “Árbol de la Sabiduría” y arrojó joyas a sus pies. Los dioses esparcieron flores y perfumes sobre su cabeza y le rogaron, con palabras suplicantes y canciones enternecedoras, que persistiera de su voto supremo. 




Los espíritus malos procuraron seducirlo, pero todo en vano. Se quedó inmóvil como un lirio en el agua quieta. Permaneció sentado bajo el árbol, hasta que, durante la noche, la luz del conocimiento perfecto que buscaba, alboreó en su corazón. A las diez, comprendió la condición de todos los seres que habían permanecido en los mundos sin límite. A las once, obtuvo ya la vislumbre del conocimiento que explica todos los misterios de la vida humana. Al amanecer se transformó en un Buda Supremo, el sabio perfecto.




Comenzó entonces la predicación de Buda—la predicación de la Doctrina Buena, a todos los que quisieran saber acerca de ella. Buda visitó muchas poblaciones predicando la doctrina suprema del Nirvana, la libertad absoluta de las cadenas de la personalidad, como el espacio encerrado en un jarro se escapa de su límite y se une con el espacio universal cuando se rompe el jarro. El deseo de conservar esa personalidad es el origen de la tristeza y de todos los sufrimientos.





Después de una vida de predicación de cuarenta y cinco años, Buda comprendió que la hora de alcanzar el Nirvana se acercaba. Reclinóse en un lecho bajo un árbol denominado Sal y dijo a sus discípulos: “Voy a partir del universo al Nirvana. Con perseverancia, lograrán ustedes también obtener la libertad absoluta de todos los deseos de la vida, esa cadena de ignorancia”. Después de pocos momentos terminó todo.


El  Budha dejó su cuerpo, a la edad de  ochenta años, 
en la ciudad de Kusinagara, el año 543 A. de C.



LA VIDA DE BUDA


  La historia de la vida del Fundador del Budismo es una de las más bellas que jamás se han referido.

El príncipe Siddartha Gautama, de Kapilavastu ciudad situada a una cien millas al nordeste de Benares, a cuarenta millas de los picos inferiores de las montañas de los Himalayas, era hijo de Suddhadana, el rey de los Sakyas. Nació en el año 623 A. de C. y su nacimiento está rodeado de encantadoras leyendas del mismo modo que lo están los nacimientos de todos los demás grandes iluminados. Se cuenta que tuvieron lugar grandes prodigios, como, por ejemplo, que apareció una magnífica estrella, del mismo modo que más tarde se dijo con respecto al nacimiento de Cristo. Su padre, el rey, como era natural en un monarca indo, había mandado hacer el horóscopo del niño inmediatamente después de su nacimiento, resultando de la predicción del mismo, que su destino debía ser de un alcance muy notable y trascendental. 
Fue predicho que podía sobrepujar a todos los hombres de su época, siguiendo una de las dos líneas que tenía a su elección: o podía convertirse en un rey de un poder temporal mucho más extenso que el de su padre, un Señor de Señores o Emperador de toda la Península Inda, tal como sólo de vez en cuando ha sucedido en la historia, o podía abandonar por completo todos los privilegios anexos a su real estirpe y convertirse en un asceta errante, consagrado a perpetua pobreza y castidad. Pero, que si elegía este último destino, sería además el más grande instructor religioso que el mundo había conocido, y que los millares de hombres que le seguirían en su camino, serían muchísimo más numerosos que los súbditos de cualquier reino de la tierra.

No debe causarnos sorpresa alguna que el rey Suddhadana se impusiese algo ante la idea de que su hijo primogénito pudiera llevar esta vida de mendigo, y que desease que su real descendencia se perpetuara y engrandeciera. Así, pues, se esforzó desde un principio en dirigir la elección del príncipe hacia las líneas temporales con predilección a las espirituales; y puesto que conocía que la aceptación de la vida espiritual sería muy probablemente determinada por la vista de las penas y sufrimientos humanos, así como por el deseo de remediarlos, resolvió (así lo cuenta la historia) apartar de la vista del Príncipe todo lo que pudiese sugerir estos tristes pensamientos. Se dice que decidió que el Príncipe no debía conocer nada de cuanto se refiere a la decrepitud y a la muerte, y que ordenó que se le colocara en medio de las diversiones y placeres temporales, así como que se le enseñase a dedicarse a fomentar la gloria y el poder de la real casa.




El Príncipe habitaba en un soberbio palacio, rodeado por millas de magníficos jardines, en el cual estaba realmente prisionero, aun cuando lo ignoraba. Hallábase rodeado de cuanto podía contribuir a sus placeres bajo todos los aspectos; sólo se permitía que se le acercase lo joven y lo bello; cuantos estaban enfermos o sufrían de algún modo eran cuidadosamente apartados de su vista. Así pasó, según se sabe, sus primeros años, confinado en este extraño y sin embargo delicioso mundo. El muchacho creció hasta que llegó a la edad viril, y entonces fue desposado con Yoshadhara, la hija del Rey Suprabuda. 
Se creyó, al parecer, que este nuevo estado absorbería por completo la atención y la vida del Príncipe, pero está escrito que durante todo ese tiempo surgían a intervalos en su mente recuerdos de otras vidas, y un confuso presentimiento de un gran deber no cumplido turbaba su reposo. Sin embargo, cuando fue llegado el momento, se casó y tuvo un hijo, Rahula. Pronto después de este suceso principió a aumentar su pena y disgusto. Y parece ser que insistió en pasar al mundo exterior a fin de ver algo de la vida de los demás. 




Escrito está que de este modo se puso en contacto por vez primera con la decrepitud, con la enfermedad y con la muerte, y profundamente afectado a la vista de tales miserias, tan comunes entre nosotros, aunque completamente nuevas y desconocidas para él, sintió una gran tristeza al contemplar el triste destino de sus semejantes. Viendo, además, cierto día a un santo ermitaño, le impresionó vivamente su sereno y majestuoso aspecto, y comprendió que en este mundo había a lo menos uno que estaba por encima de los males de la vida. Desde ese momento su resolución de vivir la vida espiritual se hizo más y más firme, hasta que al fin llegó el instante en que, a la edad de veintinueve años, abandonó definitivamente su rango de príncipe, dejando todas sus riquezas en manos de su esposa e hijo, y se retiró a la selva para dedicarse a su vida ascética.

Como es muy natural, Gautama pertenecía, como su padre y todos los demás habitantes de la India, a la gran religión Inda, y, por lo tanto, se dirigió a los principales ascetas Brahmanes con el objeto de adquirir las instrucciones y los consejos que necesitaba en su nueva vida. Pasó un período de seis años entre estos instructores, con el objeto de aprender de ellos la verdadera solución del problema de la vida, a fin de hallar un remedio a las miserias del mundo, pero no pudo encontrar cumplidamente lo que buscaba. La enseñanza de esos instructores parece haber sido siempre que sólo por medio del más rígido ascetismo, e imponiéndose las más duras privaciones, puede uno escapar a las penas y sufrimientos que son la herencia de todos los hombres, y por lo tanto Gautama ensayaba uno tras otro todos sus sistemas hasta en sus más minuciosos detalles, aunque siempre con un ardiente deseo no satisfecho de encontrar algo más grande, más verdadero, y un más allá real y positivo. El riguroso y persistente ascetismo a que se entregó, quebrantó al fin su salud, y se cuenta que un día estuvo a punto de morir extenuado de hambre. 




Después que se hubo restablecido, comprendió que, si bien para hallar lo que buscaba, podía el ascetismo ser un método bueno para ser practicado fuera del mundo, no era, sin embargo, este método el más apropiado para llevar la luz al mundo y, en consecuencia, pensó que para ayudar a sus semejantes debía cuando menos vivir el tiempo necesario para encontrar la verdad que les podía hacer libres. Parece ser que desde los primeros momentos observó la más altruista conducta. Aunque poseía todo cuanto podía hacer la vida feliz y apetecible, las mudas penalidades y miserias de tantos millones de infelices repercutían sobre él de una manera tan vívida, que mientras vivió, jamás le fue posible conocer la felicidad. No para sí, sino para los demás, deseaba hallar un medio de escapar a las miserias de la vida física; no para sí, sino para los demás, sentía la necesidad de una vida elevada que pudiese ser vivida por todos.

Viendo, pues, que todas las prácticas ascéticas eran ineficaces, las abandonó, dedicándose desde aquel momento a educar su mente en el ejercicio de la más alta meditación. Colocóse inmediatamente debajo del árbol Bodhi, resuelto a obtener por el poder de su propio espíritu el conocimiento que buscaba. Sentado allí en profunda meditación, examina todas estas cosas y estudia hondamente en el corazón la causa de la vida. Al fin, por medio de un poderoso esfuerzo, obtuvo lo que deseaba, y entonces vio desarrollarse ante sí el maravilloso esquema de la evolución y el verdadero destino del hombre. Así se convirtió en Buda, el iluminado, disponiéndose entonces a compartir con sus semejantes el maravilloso conocimiento que había obtenido. Salió a predicar sus doctrinas, principiando con un sermón que todavía se conserva en los libros sagrados de sus discípulos. En la lengua de ellos, el Palí (que es todavía la lengua sagrada, como el Latín para la Iglesia Católica), este primer sermón es conocido con el nombre de poner en movimiento las ruedas del carro real del Reino de la Justicia.



Sarnat,(Benares-India) es donde el Budha dio sus primeras enseñanzas


Para decirlo en breves palabras, el Buda presentaba ante sus oyentes lo que él llamaba el sendero medio. Declaraba que los extremos, en cualquier sentido que fuesen, eran igualmente contraproducentes; decía, por una parte, que la vida del hombre del mundo, absorto por completo en sus negocios y persiguiendo sueños de gloria y poder, era de resultados perjudiciales y funestos, puesto que de este modo descuidaba por completo todo aquello que era realmente digno de estima y consideración. Pero, por otra parte, enseñaba también que el riguroso ascetismo, que dice al hombre que debe renunciar por completo al mundo y que le aconseja que se dedique exclusiva y egoístamente a buscar los medios de separarse y escaparse del mismo, era igualmente perjudicial y nocivo. 



Budha decía que la vida del hombre del mundo, absorto por completo
 en sus negocios y persiguiendo sueños de gloria y poder, era de resultados perjudiciales y funestos, pero enseñaba también que por otra parte, el riguroso ascetismo, era igualmente perjudicial y nocivo. 


Sostenía que el sendero medio de la verdad y del deber, era el mejor y más seguro, y que si bien la vida consagrada exclusivamente a la espiritualidad, podía ser vivida por aquellos que estaban suficientemente preparados para ella, había, sin embargo, también una perfecta y verdadera vida espiritual posible para el hombre que todavía tenía su sitio y desempeñaba su misión en el mundo. Basaba  su doctrina de una manera absoluta, sobre la razón y el sentido común. No pedía a nadie que creyese ciegamente, sino que, por el contrario, abriesen los ojos y mirasen en torno de sí. Declaraba que, a pesar de todas las miserias y sufrimientos del mundo, el gran esquema, del cual el hombre forma parte, es un esquema de justicia eterna, y que la ley bajo la cual vivimos es una ley misericordiosa que sólo necesita que la comprendamos y que adaptemos nuestra conducta a ella. 




Declaraba que el hombre mismo es la causa de sus sufrimientos, debido a que se deja dominar por el deseo, yendo constantemente tras aquello que es el objeto de sus ansias; y que la felicidad y la satisfacción se pueden obtener más fácilmente limitando y restringiendo los deseos, que por medio del aumento de los honores y las riquezas. Enseñó este sendero medio por toda la India, con el más sorprendente éxito, durante un período de cuarenta y cinco años, y murió, a los ochenta de su edad, en la ciudad de Kusinagara, el año 543 A. de C.




Las fechas dadas más arriba son las de los anales del Oriente, y aunque los orientalistas europeos se negaban al principio a aceptarlas, tratando de probar que Buda vivió en una época mucho más próxima a la Era Cristiana, ulteriores investigaciones les han forzado a colocar esta época en una fecha más lejana, por cuyo motivo aceptan ahora que los anales originales son dignos de confianza.

Actualmente, pues, las fechas relacionadas con la época en que vivió Buda son aceptadas sin oposición alguna. Por lo que se refiere a los detalles que acerca de la vida de Buda se nos dan, difícil es decir hasta que punto podemos confiar en su exactitud. Probablemente, la veneración y cariño de sus discípulos envuelve su memoria con una especia de velo o aureola legendaria, como ha sucedido con todos los demás grandes instructores religiosos. Sin embargo, nadie puede dudar de que poseemos una muy bella historia, que contiene la vida de un hombre superior, de una gran pureza y dotado de una maravillosa claridad de visión espiritual.




Su vida es absolutamente sin mancha. Su constante heroísmo iguala a su convicción; él es el modelo perfecto de todas las virtudes que predica; su abnegación, su caridad, su constante dulzura, jamás le abandonan ni por un solo instante…. El prepara en el silencio su doctrina durante seis años de trabajo y de meditación; la propaga con el solo poder de la palabra y la persuasión, durante más de medio siglo, y cuando muere—en brazos de sus discípulos— es con la certidumbre del sabio que ha practicado las más nobles virtudes y que está seguro de haber encontrado la verdad.











Fuente:
https://lecturasclasicasparaninos.wordpress.com/2014/01/18/la-leyenda-de-buda/
https://pharkhruwimol.wordpress.com/%E0%B8%9E%E0%B8%B8%E0%B8%97%E0%B8%98%E0%B8%9B%E0%B8%A3%E0%B8%B0%E0%B8%A7%E0%B8%B1%E0%B8%95%E0%B8%B4%E0%B8%9E%E0%B8%A3%E0%B8%B0%E0%B8%9E%E0%B8%B8%E0%B8%97%E0%B8%98%E0%B9%80%E0%B8%88%E0%B9%89%E0%B8%B2/
https://phathocdoisong.com/trung-dao-la-hanh-tu-thu-thang-nhat.html
http://huaban.com/pins/19316243/
https://pharkhruwimol.wordpress.com/
https://what-buddha-said.net/gallery/index.php/
https://pharkhruwimol.wordpress.com/%E0%B8%9E%E0%B8%B8%E0%B8%97%E0%B8%98%E0%B8%9B%E0%B8%A3%E0%B8%B0%E0%B8%A7%E0%B8%B1%E0%B8%95%E0%B8%B4%E0%B8%9E%E0%B8%A3%E0%B8%B0%E0%B8%9E%E0%B8%B8%E0%B8%97%E0%B8%98%E0%B9%80%E0%B8%88%E0%B9%89%E0%B8%B2/



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